Versión electrónica. Menos naturalidad pero fiel al cabello oscuro que aparece en DESTREZA FELINA.
¿Busca a Torres? Noticias, relatos, adelantos del periodista Martín Torres, el protagonista del libro DESTREZA FELINA. Y, por supuesto, tu comentario.
martes, 26 de octubre de 2010
jueves, 5 de agosto de 2010
Un disparo es suficiente
Por Diego O. Orfila
Martín Torres tiene algo que decir.
Esta vez, el periodista Torres habla de sí mismo.
A continuación, este es él mismo.
Se recomienda lleer "La clase de tango", de DESTREZA FELINA y otros relatos urbanos.
Llevo el estigma del fracaso. No tengo contrato fijo. No tengo esposa ni hijos. Soy periodista. Como si todo esto fuera poco, una noche de sábado, hace bastante tiempo, un tipo sacó un revolver y me disparó. Erró, por suerte. El tiro no fue suficiente para matarme ni para impedir que lo fotografiara. Pero sí para llenarme de miedo. Que alguien haga esfuerzos y ponga dedicación en matarme, me provoca una sensación que no se la deseo a nadie.
Salvador Dinjer, es el nombre del que disparó –no lo sabía aquella noche-, estaba una mala posición de tiro. Él, abajo, al pie de la escalera ancha que subía a un gran salón de baile. Yo, su blanco, en los primeros peldaños altos de la misma escalera. Yo bajaba hacia él. Un blanco en movimiento. Disparó con un calibre veintidós. Mucha distancia para tan corto alcance. Para acertar en mi cuerpo, Dinjer debería haberse acercado o haber efectuado dos o tres disparos. Pero intentaba escapar. Ya casi estaba en la puerta de salida.
Una vez que Dinjer disparó y erró, yo quedé paralizado. Agachado unos segundos o minutos o siglos que, vueltos en el recuerdo, sucedieron en otra galaxia. Aquella fue una noche larga. Cuando tomé conciencia de que mi asesino ya no estaba allí, me incorporé. En seguida, tuve una amarga charla con Carla Artekian. Eso empeoró aun más mi confusión. Pasamos la noche declarando en la comisaría, sin hablarnos, junto a mucha gente. Y hasta tuve que radicar una denuncia por intento de homicidio. Me fui a casa cargado de transpiración e imaginaciones espantosas que me impedían sentir el cansancio. No dormí.
Durante la semana, escribí la nota respectiva y traté de despegarme del asunto (imposible del todo: hay juicios pendientes). En lo sucesivo, seguí publicando artículos. Pero mi firma comenzó a ralear. Decidí mandarme a guardar. Mi asesino fracasado estuvo libre un tiempo. Después cayó preso. Pero otros cómplices de Dinjer siguieron libres. Y yo, insisto, a que negarlo, tenía miedo.
Me empleé en otras artes. Profesor. Librero. Cosas que se hacer. Cosas que hago cuando se que alguien hice esfuerzos y pone dedicación en eliminarme. Ese alguien sabe que fui periodista. Así pasaron los meses. Otros trabajos. No más periodista.
Sin embargo, más tarde o más temprano, el tiempo impone una distancia (imposible del todo: hay juicios pendientes). Fui a bares. Me encontré con gente. El asunto primero aparecía en las conversaciones como una situación que preocupa. Una especie de recuerdo siempre cercano que trataba de evacuar. Veía a un amigo y le decía:
-Hablando de ese tema, no sabés lo que me pasó a mi. Un tipo, a la salida de un salón, sacó un revolver y me disparó... –y me tomaba la frente con la mano-.
Se lo conté a una chica. Fue una anécdota. A ella le llamó la atención. Pero yo quise salir del tema. La historia se ablandó. Empecé a manejar los tiempos del relato. Hasta que apareció una mujer. Alta. Empalagaba. Yo reía. Dije:
-Fue como un duelo. El tipo sacó un 22. Un arma de corto alcance. Yo, en cambio, tenía una vieja cámara réflex. Pero con un zoom importante. Podía fotografiar un águila en vuelo a mil metros. Él erró. Yo no. Él está preso. Y yo acá. En esta banqueta, con vos -y seguían muchas risas-.
Después de eso, me asaltó la idea. Tenía que volver. Nuevas notas. Nuevos relatos que contar.
Nuevos riesgos que correr. Porque un disparo no alcanzó para impedir la fotografía que tomé. Pero sí para llenarme de miedo.
Ahora acostumbro mirar para atrás. También para el costado.
Porque, está dicho, estoy de vuelta. Pero hay gente por ahí. Y una sensación irreductible. Que está encerrada. Que puede volver. Trato de adelantarme. De predecir. De evitar el siguiente disparo. Puede no matar ni herir. Pero puede ser suficiente.
Martín Torres
Martín Torres tiene algo que decir.
Esta vez, el periodista Torres habla de sí mismo.
A continuación, este es él mismo.
Se recomienda lleer "La clase de tango", de DESTREZA FELINA y otros relatos urbanos.
Llevo el estigma del fracaso. No tengo contrato fijo. No tengo esposa ni hijos. Soy periodista. Como si todo esto fuera poco, una noche de sábado, hace bastante tiempo, un tipo sacó un revolver y me disparó. Erró, por suerte. El tiro no fue suficiente para matarme ni para impedir que lo fotografiara. Pero sí para llenarme de miedo. Que alguien haga esfuerzos y ponga dedicación en matarme, me provoca una sensación que no se la deseo a nadie.
Salvador Dinjer, es el nombre del que disparó –no lo sabía aquella noche-, estaba una mala posición de tiro. Él, abajo, al pie de la escalera ancha que subía a un gran salón de baile. Yo, su blanco, en los primeros peldaños altos de la misma escalera. Yo bajaba hacia él. Un blanco en movimiento. Disparó con un calibre veintidós. Mucha distancia para tan corto alcance. Para acertar en mi cuerpo, Dinjer debería haberse acercado o haber efectuado dos o tres disparos. Pero intentaba escapar. Ya casi estaba en la puerta de salida.
Una vez que Dinjer disparó y erró, yo quedé paralizado. Agachado unos segundos o minutos o siglos que, vueltos en el recuerdo, sucedieron en otra galaxia. Aquella fue una noche larga. Cuando tomé conciencia de que mi asesino ya no estaba allí, me incorporé. En seguida, tuve una amarga charla con Carla Artekian. Eso empeoró aun más mi confusión. Pasamos la noche declarando en la comisaría, sin hablarnos, junto a mucha gente. Y hasta tuve que radicar una denuncia por intento de homicidio. Me fui a casa cargado de transpiración e imaginaciones espantosas que me impedían sentir el cansancio. No dormí.
Durante la semana, escribí la nota respectiva y traté de despegarme del asunto (imposible del todo: hay juicios pendientes). En lo sucesivo, seguí publicando artículos. Pero mi firma comenzó a ralear. Decidí mandarme a guardar. Mi asesino fracasado estuvo libre un tiempo. Después cayó preso. Pero otros cómplices de Dinjer siguieron libres. Y yo, insisto, a que negarlo, tenía miedo.
Me empleé en otras artes. Profesor. Librero. Cosas que se hacer. Cosas que hago cuando se que alguien hice esfuerzos y pone dedicación en eliminarme. Ese alguien sabe que fui periodista. Así pasaron los meses. Otros trabajos. No más periodista.
Sin embargo, más tarde o más temprano, el tiempo impone una distancia (imposible del todo: hay juicios pendientes). Fui a bares. Me encontré con gente. El asunto primero aparecía en las conversaciones como una situación que preocupa. Una especie de recuerdo siempre cercano que trataba de evacuar. Veía a un amigo y le decía:
-Hablando de ese tema, no sabés lo que me pasó a mi. Un tipo, a la salida de un salón, sacó un revolver y me disparó... –y me tomaba la frente con la mano-.
Se lo conté a una chica. Fue una anécdota. A ella le llamó la atención. Pero yo quise salir del tema. La historia se ablandó. Empecé a manejar los tiempos del relato. Hasta que apareció una mujer. Alta. Empalagaba. Yo reía. Dije:
-Fue como un duelo. El tipo sacó un 22. Un arma de corto alcance. Yo, en cambio, tenía una vieja cámara réflex. Pero con un zoom importante. Podía fotografiar un águila en vuelo a mil metros. Él erró. Yo no. Él está preso. Y yo acá. En esta banqueta, con vos -y seguían muchas risas-.
Después de eso, me asaltó la idea. Tenía que volver. Nuevas notas. Nuevos relatos que contar.
Nuevos riesgos que correr. Porque un disparo no alcanzó para impedir la fotografía que tomé. Pero sí para llenarme de miedo.
Ahora acostumbro mirar para atrás. También para el costado.
Porque, está dicho, estoy de vuelta. Pero hay gente por ahí. Y una sensación irreductible. Que está encerrada. Que puede volver. Trato de adelantarme. De predecir. De evitar el siguiente disparo. Puede no matar ni herir. Pero puede ser suficiente.
Martín Torres
miércoles, 23 de junio de 2010
Reímos como tontos
Atención todos. Una historia del nuevo Martín Torres.
Por Diego O. Orfila
El teatro a todas luces. La gente se acomodaba. Murmullos. Risas. Los acordes desordenados de la orquesta. Sábado a la noche para la clase media porteña. La voz estridente de una mujer joven. “Es liviano, el tiempo se pasa”, dice a los que están con ella. Nuevo trabajo de oficina para ella. Los abrigos a un costado. La luz se hacía más tenue. Silencio. La sala a oscuras.
¿Quién está a mi lado? ¿Mis padres están aquí? ¿Aún estamos en los años ochenta? ¿Aún estamos en democracia?
La sala a oscuras.
La manivela oxidada hacia atrás.
Bajamos la escalera ancha. La mañana se extingue hacia los túneles. Lo vimos de espaldas. Esperaba en el anden del subterráneo. Un hombre viejo. Delgado. Traje laboral. Bastante alto. Calvo en la coronilla, canas al costado de la cabeza. El resplandor en la redonda y oscura abertura. Al fondo de la vía. Llegó el subte.
El viejo caminó hacia la puerta automática. Lo seguimos de cerca entre la gente. Entró. Nosotros tras él. Dentro del vagón, se sienta en la butaca larga. El respaldo da sobre las ventanas de los costados. Bastante gente. Algunos parados. Hay espacio a los costados. Kirczum a la derecha del viejo. Yo a su izquierda. Nosotros las manos en los bolsillos. Nos estrechamos hasta apretarlo con nuestros cuerpos. KIrczum asomó sus ojos grises por entre el Montgomery. El viejo echó el torso hacia adelante. Apoyó las manos en los muslos. Algo duro y recto a la altura de las costillas, bajo el saco. Le hago una seña a Kirczum con el rostro. Él niega con la vista.
-¿Alfaro? ¿Carlos Alfaro? –comencé-.
La temperatura de mi frente descendió por un abismo.
El viejo nada.
-¿Estuvo en la base? ¿No era su especialidad? –insistí- ¿Aún es oficial? –bajé vista-.
El viejo nada.
-Mar del Plata. Necesita que se lo recuerde, Alfaro –Kirczum habló-.
El viejo nada.
El subte llegaba a la estación. Ingresó más gente el vagón. El convoy volvió a la marcha. Entre el suave bamboleo, apretamos aun más al viejo. Las manos de los bolsillos.
El viejo nada.
Los ojos grises de KIrczum. Devolví el gesto. Nos levantamos. Vamos en equilibrio hacia la puerta de salida del vagón. Ya estábamos sobre una nueva estación. Antes de que llegue nos dimos vuelta. Al mismo tiempo. Miramos el rostro. Las cámaras electrónicas. Flash. Una. Dos. Él. Yo. El rostro del viejo. Guardamos las cámaras en los bolsillos. Anteojos cuadrados y de metal. Muchas arrugas alrededor de los ojos. La boca es una raya horizontal casi sin labios. Mejillas y barbilla frágiles.
Nos perdemos entre la gente. Pero antes, su mano dentro del saco. Quizás un pañuelo al bolsillo interior. Quizás algo cuadrado y negro.
Saltamos del vagón. Escaleras arriba. Fuera de la estación. Salimos a la luz de un día. Frío en Buenos Aires. Quedamos respirando hondo al lado de gruesa baranda de boca del subte.
-Estaba calzado –dije-.
KIrczum quedó mirando la nada hacia la avenida Corrientes.
-Vi algo negro y cuadrado –insistití-. El mango, seguro.
-¿Viste?
Sacó un cigarrillo. Se lo puso entre los labios. Sonrió de costado.
-Se ve que te gusta el tamaño, Torres –una mueca de goma en su rostro-.
Kirczum movía la cabeza en una sonrisa que crecía. Era más bajo que yo. Tenía entradas muy pronunciadas en un cabello corto, ondeado, castaño claro.
-Boludo –dije-.
Estallé en una carcajada. Reímos doblados sobre el estómago, con las solapas levantadas de los cuellos. Un mechón me cayó sobre la cara. Reímos como tontos. Saqué una mano del bolsillo de campera con la máquina. Él hizo lo mismo.
Siempre existe el riesgo de que la técnica falle. Comúnmente no sucede. Además, teníamos el dato. No sería una gran nota periodística, pero con esa historia nos ganaríamos el mango.
Miramos los visores de nuestras cámaras digitales. Nos miramos frente a frente. Su cara estaba agria. MI expresión estaría igual. Apagamos los aparatos. Creo que no entendíamos nada.
Por Diego O. Orfila
El teatro a todas luces. La gente se acomodaba. Murmullos. Risas. Los acordes desordenados de la orquesta. Sábado a la noche para la clase media porteña. La voz estridente de una mujer joven. “Es liviano, el tiempo se pasa”, dice a los que están con ella. Nuevo trabajo de oficina para ella. Los abrigos a un costado. La luz se hacía más tenue. Silencio. La sala a oscuras.
¿Quién está a mi lado? ¿Mis padres están aquí? ¿Aún estamos en los años ochenta? ¿Aún estamos en democracia?
La sala a oscuras.
La manivela oxidada hacia atrás.
Bajamos la escalera ancha. La mañana se extingue hacia los túneles. Lo vimos de espaldas. Esperaba en el anden del subterráneo. Un hombre viejo. Delgado. Traje laboral. Bastante alto. Calvo en la coronilla, canas al costado de la cabeza. El resplandor en la redonda y oscura abertura. Al fondo de la vía. Llegó el subte.
El viejo caminó hacia la puerta automática. Lo seguimos de cerca entre la gente. Entró. Nosotros tras él. Dentro del vagón, se sienta en la butaca larga. El respaldo da sobre las ventanas de los costados. Bastante gente. Algunos parados. Hay espacio a los costados. Kirczum a la derecha del viejo. Yo a su izquierda. Nosotros las manos en los bolsillos. Nos estrechamos hasta apretarlo con nuestros cuerpos. KIrczum asomó sus ojos grises por entre el Montgomery. El viejo echó el torso hacia adelante. Apoyó las manos en los muslos. Algo duro y recto a la altura de las costillas, bajo el saco. Le hago una seña a Kirczum con el rostro. Él niega con la vista.
-¿Alfaro? ¿Carlos Alfaro? –comencé-.
La temperatura de mi frente descendió por un abismo.
El viejo nada.
-¿Estuvo en la base? ¿No era su especialidad? –insistí- ¿Aún es oficial? –bajé vista-.
El viejo nada.
-Mar del Plata. Necesita que se lo recuerde, Alfaro –Kirczum habló-.
El viejo nada.
El subte llegaba a la estación. Ingresó más gente el vagón. El convoy volvió a la marcha. Entre el suave bamboleo, apretamos aun más al viejo. Las manos de los bolsillos.
El viejo nada.
Los ojos grises de KIrczum. Devolví el gesto. Nos levantamos. Vamos en equilibrio hacia la puerta de salida del vagón. Ya estábamos sobre una nueva estación. Antes de que llegue nos dimos vuelta. Al mismo tiempo. Miramos el rostro. Las cámaras electrónicas. Flash. Una. Dos. Él. Yo. El rostro del viejo. Guardamos las cámaras en los bolsillos. Anteojos cuadrados y de metal. Muchas arrugas alrededor de los ojos. La boca es una raya horizontal casi sin labios. Mejillas y barbilla frágiles.
Nos perdemos entre la gente. Pero antes, su mano dentro del saco. Quizás un pañuelo al bolsillo interior. Quizás algo cuadrado y negro.
Saltamos del vagón. Escaleras arriba. Fuera de la estación. Salimos a la luz de un día. Frío en Buenos Aires. Quedamos respirando hondo al lado de gruesa baranda de boca del subte.
-Estaba calzado –dije-.
KIrczum quedó mirando la nada hacia la avenida Corrientes.
-Vi algo negro y cuadrado –insistití-. El mango, seguro.
-¿Viste?
Sacó un cigarrillo. Se lo puso entre los labios. Sonrió de costado.
-Se ve que te gusta el tamaño, Torres –una mueca de goma en su rostro-.
Kirczum movía la cabeza en una sonrisa que crecía. Era más bajo que yo. Tenía entradas muy pronunciadas en un cabello corto, ondeado, castaño claro.
-Boludo –dije-.
Estallé en una carcajada. Reímos doblados sobre el estómago, con las solapas levantadas de los cuellos. Un mechón me cayó sobre la cara. Reímos como tontos. Saqué una mano del bolsillo de campera con la máquina. Él hizo lo mismo.
Siempre existe el riesgo de que la técnica falle. Comúnmente no sucede. Además, teníamos el dato. No sería una gran nota periodística, pero con esa historia nos ganaríamos el mango.
Miramos los visores de nuestras cámaras digitales. Nos miramos frente a frente. Su cara estaba agria. MI expresión estaría igual. Apagamos los aparatos. Creo que no entendíamos nada.
martes, 15 de junio de 2010
Todos mueren alguna vez
A continuación un adelanto del Martín Torres que algún día, o un día de estos, volverá a las calles.
Por Diego O. Orfila
Luego de sucedidos los hechos y de que estos pasaran primero por algunos medios gráficos y después por la televisión, poco y nada se supo de la esposa despechada. La opinión pública ni siquiera registro correctamente su nombre y ella, anónima, siguió regenteando su local de antigüedades. El esposo, el asesinado Alberto Carmetti, pasó al olvido con igual facilidad. Hombre de 60 años, cara redonda de pronunciadas entradas en el cabello enrulado, sonrisa fácil, piel habitualmente bronceada y buen vestir, tuvo suerte en los negocios y a través de la concesionaria de autos –junto con su infortunado socio Carlos Garrido Marquez- pasó a jugar en las ligas del capital financiero. Sedujo y se dejó conquistar por. Liliana Doreau, empleada administrativa y mujer de confianza de la concesionaria, y sus problemas se amplificaron de forma exponencial. Lo novelesco de su muerte hizo que por un tiempo unos cuantos pensaran en él. Sin embargo, quienes lo lloraron y quienes sólo se le acercaron por curiosidad o conveniencia comprendieron que al final de la vida la gente tiene cuatro opciones: muerte natural, accidente, suicidio u homicidio. Todos mueren alguna vez.
Acerca de Salvador Dinjer, el autor material del asesinato de Carmetti, tampoco hay mucho que decir. Típica fuerza de choque mercenaria de políticos y punteros malvenidos, Dinjer se educó en los combates entre barras bravas. Luego del crimen, mencionó a Garrido Márquez como autor intelectual en sede judicial y desapareció de escena. Cumple su condena. Se comenta que entre las rejas se convirtió en un ferviente religioso. Pero eso ya no le importa a nadie.
Liliana Doreau, la oficinista amante de Carmetti, fue quien mayor simpatía despertó. Las revistas y la televisión repitieron una y otra vez esa fresca fotografía de archivo –levantada de la que originalmente publico Erre- en la que su rostro calzaba unos inmensos anteojos de sol, de peinado de cabello negro y lacio hasta la nuca y una amplia sonrisa abierta entre asombrada y deseosa. Pasado el primer impulso por aparecer en los medios, más producto de su miedo y su belleza que del anhelo de fama, esta chica voluntariamente soltera de 32 años hizo esfuerzos para que el mundo la olvidara. Y en parte lo logró. Necesitaba el anonimato para seguir su carrera de gestora y excelente lobby empresario. Seductora y discreta a la vez, la publicidad a largo plazo no le convenía. Con todo, además del occiso Carmetti, esta historia de encuentros provocados y desencuentros espontáneos, dejó tendido un cadáver más. Y aun está caliente.
Por Diego O. Orfila
Luego de sucedidos los hechos y de que estos pasaran primero por algunos medios gráficos y después por la televisión, poco y nada se supo de la esposa despechada. La opinión pública ni siquiera registro correctamente su nombre y ella, anónima, siguió regenteando su local de antigüedades. El esposo, el asesinado Alberto Carmetti, pasó al olvido con igual facilidad. Hombre de 60 años, cara redonda de pronunciadas entradas en el cabello enrulado, sonrisa fácil, piel habitualmente bronceada y buen vestir, tuvo suerte en los negocios y a través de la concesionaria de autos –junto con su infortunado socio Carlos Garrido Marquez- pasó a jugar en las ligas del capital financiero. Sedujo y se dejó conquistar por. Liliana Doreau, empleada administrativa y mujer de confianza de la concesionaria, y sus problemas se amplificaron de forma exponencial. Lo novelesco de su muerte hizo que por un tiempo unos cuantos pensaran en él. Sin embargo, quienes lo lloraron y quienes sólo se le acercaron por curiosidad o conveniencia comprendieron que al final de la vida la gente tiene cuatro opciones: muerte natural, accidente, suicidio u homicidio. Todos mueren alguna vez.
Acerca de Salvador Dinjer, el autor material del asesinato de Carmetti, tampoco hay mucho que decir. Típica fuerza de choque mercenaria de políticos y punteros malvenidos, Dinjer se educó en los combates entre barras bravas. Luego del crimen, mencionó a Garrido Márquez como autor intelectual en sede judicial y desapareció de escena. Cumple su condena. Se comenta que entre las rejas se convirtió en un ferviente religioso. Pero eso ya no le importa a nadie.
Liliana Doreau, la oficinista amante de Carmetti, fue quien mayor simpatía despertó. Las revistas y la televisión repitieron una y otra vez esa fresca fotografía de archivo –levantada de la que originalmente publico Erre- en la que su rostro calzaba unos inmensos anteojos de sol, de peinado de cabello negro y lacio hasta la nuca y una amplia sonrisa abierta entre asombrada y deseosa. Pasado el primer impulso por aparecer en los medios, más producto de su miedo y su belleza que del anhelo de fama, esta chica voluntariamente soltera de 32 años hizo esfuerzos para que el mundo la olvidara. Y en parte lo logró. Necesitaba el anonimato para seguir su carrera de gestora y excelente lobby empresario. Seductora y discreta a la vez, la publicidad a largo plazo no le convenía. Con todo, además del occiso Carmetti, esta historia de encuentros provocados y desencuentros espontáneos, dejó tendido un cadáver más. Y aun está caliente.
miércoles, 5 de mayo de 2010
SI se me permite la fanfarronada
martes, 6 de abril de 2010
Martín Torres en la Feria del Libro
El domingo 25 de abril del 2010 se presentan en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, las novedades de Ediciones Del Dragón, entre las que se encuentran DESTREZA FELINA.
La cita es a las 20 hs. en el Predio Ferial de Buenos Aires (La Rural), en la sala Victoria Ocampo. Alli estará Diego O. Orfila dando a conocer su opera prima de la literatura.
A continuación, la lista de trabajos que se presentan el 25 de abril.
Ensayo:
Las mujeres y el poder, de Marta de París
Las últimas horas de Virgilio y otros ensayos, de Pablo Porolli
Novela:
Un aire de familia, de Silvia Italiano
Los concuñados del 47, de Luisa Moreno Sartorio
El pez globo, de Paula Prengler
Relatos:
Abuso de poder, de Susana Román
El abuelo de mármol, de Rafael Beláustegui
Destreza felina y otros relatos urbanos, de Diego O. Orfila
Partirse en dos, de Laura Fava
El primogénito y otros cuentos, de Andrés Carlos Denes
Voces desde el atril. Cuentos inspirados en pinturas, antología compilada por Pablo Gaiano
Humor:
El club de los modernos, de Claudia Panno
Teatro:
Máscaras, de Lucía Arslanian
Poesía:
El altar de los perfumes, de Amanda Patarca
La cita es a las 20 hs. en el Predio Ferial de Buenos Aires (La Rural), en la sala Victoria Ocampo. Alli estará Diego O. Orfila dando a conocer su opera prima de la literatura.
A continuación, la lista de trabajos que se presentan el 25 de abril.
Ensayo:
Las mujeres y el poder, de Marta de París
Las últimas horas de Virgilio y otros ensayos, de Pablo Porolli
Novela:
Un aire de familia, de Silvia Italiano
Los concuñados del 47, de Luisa Moreno Sartorio
El pez globo, de Paula Prengler
Relatos:
Abuso de poder, de Susana Román
El abuelo de mármol, de Rafael Beláustegui
Destreza felina y otros relatos urbanos, de Diego O. Orfila
Partirse en dos, de Laura Fava
El primogénito y otros cuentos, de Andrés Carlos Denes
Voces desde el atril. Cuentos inspirados en pinturas, antología compilada por Pablo Gaiano
Humor:
El club de los modernos, de Claudia Panno
Teatro:
Máscaras, de Lucía Arslanian
Poesía:
El altar de los perfumes, de Amanda Patarca
lunes, 1 de marzo de 2010
DESTREZA FELINA en CÚSPIDE LIBROS
Bueno sí, DESTREZA FELINA Y OTROS RELATOS URBANOS también está en CÚSPIDE LIBROS.
Va una lista de sucursales.
VILLAGE CINES CABALLITO
CIUDAD DE BUENOS AIRES
FLORIDA 628
CIUDAD DE BUENOS AIRES
GALERÍAS PACÍFICO
CIUDAD DE BUENOS AIRES
AV. CABILDO 1965
CIUDAD DE BUENOS AIRES
SHOPPING ABASTO
CIUDAD DE BUENOS AIRES
AV. SANTA FE 1818
CIUDAD DE BUENOS AIRES
AV. CORRIENTES 1316
CIUDAD DE BUENOS AIRES
AV. SANTA FE 2077
CIUDAD DE BUENOS AIRES
Va una lista de sucursales.
VILLAGE CINES CABALLITO
CIUDAD DE BUENOS AIRES
FLORIDA 628
CIUDAD DE BUENOS AIRES
GALERÍAS PACÍFICO
CIUDAD DE BUENOS AIRES
AV. CABILDO 1965
CIUDAD DE BUENOS AIRES
SHOPPING ABASTO
CIUDAD DE BUENOS AIRES
AV. SANTA FE 1818
CIUDAD DE BUENOS AIRES
AV. CORRIENTES 1316
CIUDAD DE BUENOS AIRES
AV. SANTA FE 2077
CIUDAD DE BUENOS AIRES
viernes, 5 de febrero de 2010
Librerias en que se encuentra DESTREZA FELINA
En vista de unas cuantas consultas, a continuación se presenta una lista de librerías en donde está Martín Torres:
LA BARCA LIBROS
SCALABRINI ORTIZ 3048
CIUDAD DE BUENOS AIRES
LIBRERÍA PAIDOS
AV. SANTA FE 1685
CIUDAD DE BUENOS AIRES
HERNANDEZ
AV. CORRIENTES 1311
CIUDAD DE BUENOS AIRES
HERNANDEZ
AV. CORRIENTES 1436
CIUDAD DE BUENOS AIRES
CASASSA & LORENZO LIBREROS S.A.
CIUDAD DE BUENOS AIRES
NORTE LIBRERIA
AV. LAS HERAS 2225
CIUDAD DE BUENOS AIRES
LIBRERÍA SANTA FE
AV. SANTA FE 2376
CIUDAD DE BUENOS AIRES
DISTRIBUIDORA ALBERTO LUONGO S.A.
PAVON 2540
CIUDAD DE BUENOS AIRES
ANTIGONA
CERRITO 1128
CIUDAD DE BUENOS AIRES
CAPITULO 2
SAN MARTIN 760 - GALERÍAS PACIFICO
CIUDAD DE BUENOS AIRES
ANTIGONA LIBROS - LIBERARTE
AV. CORRIENTES 1555
CIUDAD DE BUENOS AIRES
ANTIGONA LIBROS - LAS HERAS
AV. LAS HERAS 2597
CIUDAD DE BUENOS AIRES
CRACK-UP
COSTA RICA 4767
CIUDAD DE BUENOS AIRES
GUADALQUIVIR
AV. CALLAO 1012
CIUDAD DE BUENOS AIRES
FEDRO SAN TELMO
CARLOS CALVO 578
CIUDAD DE BUENOS AIRES
LIBRERÍA SANTA FE
AV. CABILDO 605
CIUDAD DE BUENOS AIRES
PARADIGMA II LIBROS
SOL. DE LA INDEPENDENCIA 826
CIUDAD DE BUENOS AIRES
GUIRAUD LIBROS S.H.
AV. CNEL. DIAZ 1492
CIUDAD DE BUENOS AIRES
NUEVA LIBRERIA
ESTADOS UNIDOS 301
CIUDAD DE BUENOS AIRES
SOHO LIBROS S.A.-LIBROS DEL PASAJE II
COSTA RICA 4562
CIUDAD DE BUENOS AIRES
MENENDEZ LIBROS
PARAGUAY 431
CIUDAD DE BUENOS AIRES
BOUTIQUE DEL LIBRO - ADROGUE
AV H YRIGOYEN 13298-LOC 235
PROVINCIA DE BUENOS AIRES
BOUTIQUE DEL LIBRO - UNICENTER
AV. PARANA 3745 - LOC. 3169
CIUDAD DE BUENOS AIRES
BOUTIQUE DEL LIBRO - SAN ISIDRO
CHACABUCO 459
PROVINCIA DE BUENOS AIRES
BOUTIQUE DEL LIBRO - MARTINEZ
ARENALES 2048
PROVINCIA DE BUENOS AIRES
RAYUELA LIBROS - LA PLATA
CALLE 44 Nø 561
PROVINCIA DE BUENOS AIRES
BOUTIQUE DEL LIBRO - PILAR
LAS MAGNOLIAS 754 LOC/754
PROVINCIA DE BUENOS AIRES
BOUTIQUE DEL LIBRO - NORDELTA
AV. DE LOS LAGOS 7010
PROVINCIA DE BUENOS AIRES
LA ORDEN DEL NORTE
PANAMERICANA R. PILAR KM 44
PROVINCIA DE BUENOS AIRES
LA BARCA LIBROS
SCALABRINI ORTIZ 3048
CIUDAD DE BUENOS AIRES
LIBRERÍA PAIDOS
AV. SANTA FE 1685
CIUDAD DE BUENOS AIRES
HERNANDEZ
AV. CORRIENTES 1311
CIUDAD DE BUENOS AIRES
HERNANDEZ
AV. CORRIENTES 1436
CIUDAD DE BUENOS AIRES
CASASSA & LORENZO LIBREROS S.A.
CIUDAD DE BUENOS AIRES
NORTE LIBRERIA
AV. LAS HERAS 2225
CIUDAD DE BUENOS AIRES
LIBRERÍA SANTA FE
AV. SANTA FE 2376
CIUDAD DE BUENOS AIRES
DISTRIBUIDORA ALBERTO LUONGO S.A.
PAVON 2540
CIUDAD DE BUENOS AIRES
ANTIGONA
CERRITO 1128
CIUDAD DE BUENOS AIRES
CAPITULO 2
SAN MARTIN 760 - GALERÍAS PACIFICO
CIUDAD DE BUENOS AIRES
ANTIGONA LIBROS - LIBERARTE
AV. CORRIENTES 1555
CIUDAD DE BUENOS AIRES
ANTIGONA LIBROS - LAS HERAS
AV. LAS HERAS 2597
CIUDAD DE BUENOS AIRES
CRACK-UP
COSTA RICA 4767
CIUDAD DE BUENOS AIRES
GUADALQUIVIR
AV. CALLAO 1012
CIUDAD DE BUENOS AIRES
FEDRO SAN TELMO
CARLOS CALVO 578
CIUDAD DE BUENOS AIRES
LIBRERÍA SANTA FE
AV. CABILDO 605
CIUDAD DE BUENOS AIRES
PARADIGMA II LIBROS
SOL. DE LA INDEPENDENCIA 826
CIUDAD DE BUENOS AIRES
GUIRAUD LIBROS S.H.
AV. CNEL. DIAZ 1492
CIUDAD DE BUENOS AIRES
NUEVA LIBRERIA
ESTADOS UNIDOS 301
CIUDAD DE BUENOS AIRES
SOHO LIBROS S.A.-LIBROS DEL PASAJE II
COSTA RICA 4562
CIUDAD DE BUENOS AIRES
MENENDEZ LIBROS
PARAGUAY 431
CIUDAD DE BUENOS AIRES
BOUTIQUE DEL LIBRO - ADROGUE
AV H YRIGOYEN 13298-LOC 235
PROVINCIA DE BUENOS AIRES
BOUTIQUE DEL LIBRO - UNICENTER
AV. PARANA 3745 - LOC. 3169
CIUDAD DE BUENOS AIRES
BOUTIQUE DEL LIBRO - SAN ISIDRO
CHACABUCO 459
PROVINCIA DE BUENOS AIRES
BOUTIQUE DEL LIBRO - MARTINEZ
ARENALES 2048
PROVINCIA DE BUENOS AIRES
RAYUELA LIBROS - LA PLATA
CALLE 44 Nø 561
PROVINCIA DE BUENOS AIRES
BOUTIQUE DEL LIBRO - PILAR
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