martes, 15 de junio de 2010

Todos mueren alguna vez

A continuación un adelanto del Martín Torres que algún día, o un día de estos, volverá a las calles.

Por Diego O. Orfila

Luego de sucedidos los hechos y de que estos pasaran primero por algunos medios gráficos y después por la televisión, poco y nada se supo de la esposa despechada. La opinión pública ni siquiera registro correctamente su nombre y ella, anónima, siguió regenteando su local de antigüedades. El esposo, el asesinado Alberto Carmetti, pasó al olvido con igual facilidad. Hombre de 60 años, cara redonda de pronunciadas entradas en el cabello enrulado, sonrisa fácil, piel habitualmente bronceada y buen vestir, tuvo suerte en los negocios y a través de la concesionaria de autos –junto con su infortunado socio Carlos Garrido Marquez- pasó a jugar en las ligas del capital financiero. Sedujo y se dejó conquistar por. Liliana Doreau, empleada administrativa y mujer de confianza de la concesionaria, y sus problemas se amplificaron de forma exponencial. Lo novelesco de su muerte hizo que por un tiempo unos cuantos pensaran en él. Sin embargo, quienes lo lloraron y quienes sólo se le acercaron por curiosidad o conveniencia comprendieron que al final de la vida la gente tiene cuatro opciones: muerte natural, accidente, suicidio u homicidio. Todos mueren alguna vez.
Acerca de Salvador Dinjer, el autor material del asesinato de Carmetti, tampoco hay mucho que decir. Típica fuerza de choque mercenaria de políticos y punteros malvenidos, Dinjer se educó en los combates entre barras bravas. Luego del crimen, mencionó a Garrido Márquez como autor intelectual en sede judicial y desapareció de escena. Cumple su condena. Se comenta que entre las rejas se convirtió en un ferviente religioso. Pero eso ya no le importa a nadie.
Liliana Doreau, la oficinista amante de Carmetti, fue quien mayor simpatía despertó. Las revistas y la televisión repitieron una y otra vez esa fresca fotografía de archivo –levantada de la que originalmente publico Erre- en la que su rostro calzaba unos inmensos anteojos de sol, de peinado de cabello negro y lacio hasta la nuca y una amplia sonrisa abierta entre asombrada y deseosa. Pasado el primer impulso por aparecer en los medios, más producto de su miedo y su belleza que del anhelo de fama, esta chica voluntariamente soltera de 32 años hizo esfuerzos para que el mundo la olvidara. Y en parte lo logró. Necesitaba el anonimato para seguir su carrera de gestora y excelente lobby empresario. Seductora y discreta a la vez, la publicidad a largo plazo no le convenía. Con todo, además del occiso Carmetti, esta historia de encuentros provocados y desencuentros espontáneos, dejó tendido un cadáver más. Y aun está caliente.

2 comentarios:

  1. Este nuevo texto, está más cerca de los cuentos policiales; es más atemporal que los otros donde la ciudad y sus problemas aparecían en las crónicas de Torres.

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  2. Si, es cierto. Este es mucho más policial. Pero ojo, TODOS MUEREN ALGUNA VEZ es hijo del cuento LA CLASE DE TANGO, que es policial y está en el libro DESTREZA FELINA. Gracias por leer mi trabajo y comentar. Diego O. Orfila

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